viernes, 28 de febrero de 2014

Uhhhmmm...


Hoy eh ido a ver la pelicula de Vampire Academy! se que deberia hacer una comparacion o un "De libro a Pelicula" o algo, pero es que todavia no eh decidido si me gusta la adaptacion o no!

Asi que primero ordenare mis ideas y mañana les pondre lo que decidi.

Adios.


jueves, 27 de febrero de 2014

NUEVOS stills de Bajo la Misma Estrella!


Al fin tenemos noticias de la adaptación, aunque hace poco tuvimos el estreno del primer trailer, ya hacia falta una nueva noticia.

Y ahora lo que nos traen es la revelacion de 3 nuevos stills de la pelicula!


Shailene Woodley (Hazel) y Ansel Elgort (Augustus)


Hazel y su mama


Augustus  -PERFECCIÓN- Waters


Ya quiero que se estrene esta pelicula!

miércoles, 26 de febrero de 2014

Poemas Oscuros III:



OSCURIDAD
Darkness, Lord Byron

Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.
El brillante sol se apagaba, y los astros
vagaban diluyéndose en el espacio eterno,
sin rayos, sin senderos, y la helada tierra
oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
la mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo
consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
de esta desolación; y todos los corazones
se helaron en una plegaria egoísta por luz;
y vivieron junto a hogueras - y los tronos,
los palacios de los reyes coronados - las chozas,
los hogares de todas las cosas que habitaban,
fueron quemadas en las fogatas; las ciudades se consumieron,
Y los hombres se reunieron en torno
a sus ardientes refugios
para verse nuevamente las caras unos a otros;
Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
de los volcanes, y su antorcha montañosa:
Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
Se encendió fuego a los bosques - pero hora tras hora
Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos
se extinguieron con un estrépito -
y todo fue negro.

Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza,
tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto
los haces caían sobre ellos; algunos se tendían
y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían;
y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban
sus pilas funerarias con combustible,
y miraban hacia arriba
con loca inquietud al sordo cielo,
El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez
con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban,
y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
y se enroscaron entre la multitud,
siseando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento:
y la Guerra, que por un momento se había ido,
se sació otra vez; - una comida se compraba
con sangre, y cada uno se hartó, resentido y solo
atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor;
toda la tierra era un solo pensamiento -
y ese era la muerte,
Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres
morían, y sus huesos no tenían tumba,
y tampoco su carne;
el magro por el magro fue devorado,
y aún los perros asaltaron a sus amos,
todos salvo uno,
Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
a raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
tentaron sus delgadas quijadas; él no se
buscó comida,
Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
y un corto grito desolado, lamiendo la mano
que no respondió con una caricia - murió.

De a poco la multitud fue muriendo de hambre;
pero dos
de una ciudad enorme sobrevivieron,
y eran enemigos; se encontraron junto
a las agonizantes brasas de un altar
donde se había apilado una masa de cosas santas
para un fin impío; hurgaron,
y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
en las débiles cenizas, y sus débiles alientos
soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
que era una burla; entonces levantaron
sus ojos al verla palidecer, y observaron
el aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron -
De su propio espanto mutuo murieron,
sin saber quién era aquel sobre cuya frente
la hambruna había escrito Enemigo.
El mundo estaba vacío,
lo populoso y lo poderoso - era una masa,
sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida -
una masa de muerte - un caos de dura arcilla.

Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
y nada se movía en sus silenciosos abismos;
las naves sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
dormían en el abismo sin un vaivén -
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
Antes ya había expirado su señora la luna;
Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
De su ayuda - Ella era el universo.

lunes, 24 de febrero de 2014

Vas a comer tierra Carlos!

Ya se que a nadie le interesa esta publicación, pero bueno... no tenia nada mas sobre que escribir.

Entonces, les contare; hace unos dias le preguntaba a mi amigo carlos aka pony salvaje (lo siento carlitos, pero tenia que ponerlo)  si ya habia terminado el libro  que le habia prestado y me dijo que si, y yo estaba como:


porque era un libro con mas de 800 paginas, y el es un flojonazo! (ya sabes que te quiero :D)  y despues de unos dias el muy descarado me dice que no habia terminado ni la mitad! 

Y entonces pase de estar feliz a estar asi: 


Fue bastante cruel de su parte! porque YO SIEMPRE confio en el. Estupido pony! solo me tira de a loca! Pero como yo tampoco los habia leido, no podia reclamarle mucho. 

Bueno, al final -y no se como (creo que le di lastima)- terminamos haciendo una apuesta:

Ahora si, ibamos a leer los dos libros; Que creo no habia mencionado de Patrick Rothfuss: El nombre del viento y el temor de un hombre sabio. A los cuales ya les tenia ganas, pues habia escuchado maravillas de estos libros y del autor! pero necesitaba un poco de motivación.



Y el que terminara primero ganaba, aunque el premio no es muy grande. Puesto que el que termine primero le contara el final de los libros al otro, aunque no haya acabado. (Esto es peor para mi que para el, porque yo realmente odio cuando me spoilean un libro) 

Asi que estoy decidida a ganar esta apuesta!



Y como nadie va a leer esto mas que Jesus aka chucho, mi profesor de comunicación  (bueno, tal vez lo lea) solo quiero que sepa que si carlitos falta a clase en los proximos dias, es porque gane la apuesta y el comera tierra! (y aunque esto no entra en la apuesta, tambien lo va a hacer, pues ya me lo debia).





Se despide una enojada aunque desahogada Ale! 
Adios!

jueves, 20 de febrero de 2014

Cosas sin sentido.


Hola! pues como no se que publicar, solo pasare a ponerles este FanArt de una de mis trilogias favoritas, Delirium by Lauren Oliver, hecho por mi amiga Miriam aka Melo que es una gran artista y tambien tiene un blog, por si se quieren pasar por el.



Para todos los que han leido el libro, ya sabran de que escena se trata - a mi la verdad, me da mucha risa. todo ese ir y venir de vacas y el chico misterioso observandola! sin duda algo que me hizo engancharme en la historia y no soltarla hasta el final-.

Y si no lo han leido, que esperan! 

miércoles, 19 de febrero de 2014

30 Libros que no pudieron ser leidos:


1. EL ORIGEN DE LAS ESPECIES, DE CHARLES DARWIN

Censurado históricamente en países como el Reino Unido, Grecia y Yugoslavia. Motivos religiosos hicieron que este libro sea censurado en muchos países. Ahora, la selección natural y la teoría de la evolución de Charles Darwin son teorías imprescindibles para cualquier estudiante de ciencias (aunque no son teorías aceptadas en algunos sectores religiosos de los Estados Unidos). Publicado el 24 de noviembre de 1859, es considerado uno de los trabajos precursores de la literatura científica y el fundamento de la teoría de la biología evolutiva. Tras el aniversario de los 200 años del nacimiento del autor el diario El País se hizo eco de una nueva biografía del autor en la que se exponían algunos fragmentos censurados de su pensamiento en relación a la religión cristiana, del que fue un gran crítico.

2. EL DIARIO DE ANA FRANK, DE ANNE FRANK

Hasta el día de hoy existen personas que se oponen a que este libro sea permitido en las escuelas mientras que otros dudan de la credibilidad del texto. Aunque hoy se ha enseñado en casi todas las escuelas en los Estados Unidos, todavía se oponen por estar demasiado cargada en sexualidad, pornografía, y muy depresiva para ser enseñado.
La historia de Ana Frank, una niña judía que junto con su familia se ocultó de los nazis en un viejo edificio de Amsterdam, fue sido conservada gracias a lo que ella misma escribió de esos días en sus diarios personales. Se trata de uno de los libros más leídos de la historia y un referente obligado sobre el holocausto nazi contra los judíos en la Segunda Guerra Mundial.

3. LAS MIL Y UNA NOCHES, ANÓNIMO

Censurado en Egipto. Se le acusó de contener pasajes obscenos, que ponían en riesgo la integridad moral de los ciudadanos. Sin embargo, la obra es calificada como una de las obras más importantes e influyentes de la literatura universal. Se trata de una recopilación de cuentos y leyendas de origen hindú, árabe y persa, de los cuales no existe un texto definitivo, sino múltiples versiones.

4. ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS, DE LEWIS CARROLL

Prohibido en China porque les otorga cualidades a los animales para que actúen en el mismo nivel que los humanos. La obra es una sátira a la sociedad, la educación y los políticos ingleses de la época. La historia se describe a través de juegos con base en la lógica, y la obra ha llegado a tener popularidad en los más variados ambientes, desde niños hasta matemáticos y público de todo tipo.

5. EL CÓDIGO DA VINCI, DE DAN BROWN

A la censura ya mencionada por parte de El Vaticano, se añade el Líbano, donde los líderes de la comunidad católica consiguieron que el libro fuera prohibido por considerar que la obra es ofensiva para el cristianismo.

6. EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA, DE MIGUEL DE CERVANTES

La gran obra de Cervantes, fue censurada en algún momento por “aspectos morales”. Para algunos es “el mejor trabajo literario jamás escrito”. Publicada su primera parte a comienzos de 1605, es una de las obras más destacadas de la literatura española y la literatura universal, y una de las más traducidas.

7. HARRY POTTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL, DE J. K. ROWLING

Prohibida en los Emiratos Árabes Unidos, este libro fue censurado por, supuestamente, incentivar a la brujería. Los más de 350 millones de libros vendidos desde la aparición del primer volumen de la serie, Harry Potter y la piedra filosofal (1997), han batido todos los récords en la industria editorial.

8. LA ODISEA, DE HOMERO

Las ideas griegas de libertad no fueron bien recibidas en los tiempos del emperador Calígula, por ello, él intentó vetarlo. Platón sugirió también censurarlo para lectores adolescentes. Como auténtica obra maestra del genio griego, en la obra sus personajes olímpicos se revelan en una magnitud humana, y tiene el mérito de situar al lector en el fascinante mundo de las antiguas culturas mediterráneas, cuna de una de las civilizaciones más antiguas del mundo.

9. LA BIBLIA, TRADUCCIÓN DE WILLIAM TYNDALE

Por su traducción de la Biblia, William Tyndale (que la tradujo a inglés) fue capturado, y ejecutado (quemado) por oponentes que no querían que la Biblia se convirtiera en un vernáculo. En esta obra se dan cita las culturas judía, sumeria, babilónica, etcétera, por lo que esta obra canaliza las principales manifestaciones de las distintas civilizaciones.

10. EL DECAMERÓN, DE GIOVANNI BOCCACCIO

El Decamerón fue incluido en la “Index librorum prohibitorum”, la lista de libros prohibidos de la Iglesia Católica. Es la obra más importante de Boccaccio, que empezó en 1350 y terminó en 1353. Se trata de una colección de 100 relatos ingeniosos y alegres que se desarrolla en un marco concreto: un grupo de amigos educados, afortunados y discretos —siete mujeres y tres hombres—, que escapan de un brote de peste y se refugian en una villa de las afueras de Florencia.

MÁS TÍTULOS QUE FUERON (O SIGUEN) CENSURADOS:

11. Hamlet (William Shakespeare): estrictamente rohibido en Etiopia sin saber exactamente las causas.
12. Charly y la fábrica de chocolate (Roald Dahl): fue censurado en Colorado (Estados Unidos) por exponer una “pobre filosofia de vida”.
13. Los viajes de Gulliver (Jonathan Swift): fue censurado en muchos países debido a los temas de corrupción política, los sentimientos anti-guerra y las injusticias de la colonización.
14. El señor de las moscas (William Golding): la oposición a este libro es en gran parte debido a la escena de “violación” y la idea de que los seres humanos son salvajes.
15. Las aventuras de Sherlock Holmes (Sir Conan Doyle): Prohibido en la Unión Soviética por ocultismo, debido a las propias creencias de su autor que según el gobierno ocultaba cosas.
16. 1984 (George Orwell): censurado por ser una novela pro-comunista y por contener material sexual explícito.
17. Los versos satánicos (Salman Rushdie): prohibido en Pakistán  Arabia Saudí, Egipto, Somalia, Sudán, Malasia  Qatar, Indonesia, Sudáfrica e India debido a las críticas contra el Islam.
18. La cabaña del tío Tom (Harriet Beecher Stowe): cuando este libro fue publicado en 1851, fue criticado por los promotores de la esclavitud y descrito como una falsa representación de la misma.
19. Matar a un Ruiseñor (Harper Lee): no permitido por el racismo, el lenguaje, y una escena de violación que aparecen en el libro. En realidad, Herper Lee puso en relieve el creciente racismo de su tiempo en un intento de cambiar las injusticias que vio en la sociedad.
20. Ulysses (James Joyce): Joyce empezó a escribir su novela en 1914 mientras ésta era emitida por entregas en diarios estadounidenses hasta que en 1920 fue prohibida durante más de diez años al considerarse una novela obscena debido a una escena de masturbación. Casi un siglo más tarde Apple también la censuró.
21. Negrito llamado sambo (Helen Bannerman): prohibido en Japón porque supuestamente contenía material racista
22. El gran Gatsby (F Scott Fitzgerald): los opositores de este trabajo citan referencias sexuales y profanas en el libro como justificación a su censura.
23. Belleza Negra (Anna Sewell): Sudáfrica prohibió el libro a causa del uso de la palabra “negro” en el título.
24. Un mundo feliz (Aldous Huxley): a pesar de que estaba destinado a ser puramente satírico, mucha gente criticó el libro de Huxley como incorrecta representación de los valores. En el libro presentó el mundo como un lugar de miseria humana, opresión, enfermedad y hacinamiento
25. El club de la lucha (Chuck Palahniuk): los chinos prohibieron el libro en 1999, el cual daba instrucciones sobre cómo hacer varios artefactos explosivos.
26. ¿Dónde está Wally? (Martin Hanford): aunque resulte difícil de creer la serie de libros de Wally fueron retirados de ciertas bibliotecas de Michigan y Nueva York, por contener “cosas sucias en algunas páginas”. Resulta que en una de las láminas aparecía una imagen (casi microscópica) de una señora topless en la playa.
27. La Caperucita Roja (Charles Perrault y Peter Stevenson): prohibido en dos distritos californianos porque una de las cosas que llevaba la niña en su cesta para su abuelita era vino.
28. Oliver Twist (Charles Dickens): algunos maestros decidieron incluir la obra en sus clases de literatura y algunos padres inconformes consideraban que la historia de Oliver violaba el derecho de sus hijos a recibir una edu­cación laica.
29. James y el melocotón gigante (Roald Dahl): este libro describe a un niño que vive bajo la opresión de sus cuidadores y el cual se apoya en su propia creatividad y un mundo alternativo para poder sobrevivir. Quienes se oponen a la obra no les gusta la violencia, el lenguaje y la desobediencia hacia los adultos.
30. Las aventuras de Tom Sawyer (Mark Twain): fue prohibida en algunas bibliotecas norteamericanas por asegurar que el protagonista era “cuestionable” en términos de su carácter moral.

La semana del libro prohibido: 
Cada año a finales de septiembre se celebra en Estados Unidos la Semana del Libro Prohibido, un evento dedicado desde hace treinta años a promover un conjunto de obras que fueron censuradas alguna vez.

martes, 18 de febrero de 2014

Fecha oficial de Divergente en Mexico!

Asi es, al fin nos han revelado la fecha oficial en la que la adaptacion de la trilogia por Veronica Roth, Divergente llegara a los cines mexicanos!
 
Corazon Films revelo a traves de Divergente Mexico que el estreno sera:

EL 4 DE ABRIL


Asi que ya saben, a marcar sus calendarios y esperar que sea tan buena como prometen.

lunes, 17 de febrero de 2014

The White Queen


Hoy quiero presentarles a una de mis escritoras de ficción histórica favoritas. Philippa Gregory se especializa en la historia de Inglaterra. Sus novelas están llenas de datos y personajes históricos rodeados con un toque de magia, surrealismo y paranormal.

La fama de Philippa se basa en las novelas de la era de los Tudor: The Other Boleyn Girl, The Other Queen, The Boleyn Inheritance, The Queen’s Fool. Sin embargo, este libro nos habla de la época anterior a la era Tudor. Gregory explora la Guerra de las Rosas que no era otra cosa que guerra civil y lucha por el poder entre las diferentes familias nobles del sur y norte de Inglaterra para centralizar su poderío y ganar el trono durante el siglo XV. Lancashire llevaba como estandarte la rosa roja y York llevaba como estandarte la rosa blanca: es por eso que conocemos este período como “La guerra de las rosas”. Primos, hermanos, tíos, madres, padres e hijos peleándose incesantemente por llegar al trono. Muchos morían antes de empezar a competir y otros tuvieron que vivir siempre en el exilio, al acecho de una oportunidad para volver a reclamar lo que creían merecer.

En The White Queen Philippa nos deja bien claro que el siglo XV inglés no fue para los débiles de espíritu. Plagado de matanzas, guerras, violencia y venganza, el siglo XV prepara el camino para la férrea centralización de poder que llevarán a cabo los Tudor. Cuando examinamos la violencia rampante, la incertidumbre diaria y el caos de la guerra civil entendemos mejor por qué Enrique VIII y Elizabeth I eran tan sanguinarios, vengativos y desconfiados de todos. Estamos hablando de personas que vivieron su infancia con la incertidumbre de que los asesinaran en cualquier momento, encerrados en castillos que eran virtualmente prisiones, o en el exilio en Calais esperando una oportunidad para regresar a Inglaterra.

El rey en esta historia es el joven Edward Plantagenet de la casa de York. Cuando va con su séquito paseándose por Lancashire le sale al encuentro la viuda Elizabeth Woodville quien viene a pedirle clemencia para ella y sus dos hijos que quedaron huérfanos cuando la última guerra les arrebató a su padre.


La familia del esposo muerto le ha quitado las tierras a Elizabeth y esta se ve forzada a vivir de la misericordia de sus padres, pues no tiene casa propia ni rentas. Increíblemente el joven rey se enamora de la viuda mayor que él y secretamente la hace su esposa hasta que pueda enfrentarse con su mentor Lord Warwick y legitimizar el matrimonio. Lord Warwick es el hombre más poderoso de Inglaterra pues es quien hace o deshace reyes. Hasta este momento el joven Edward IV ha estado bajo su control total. No es hasta que aparece Elizabeth que Edward deja de ser un niño y se convierte en HOMbRE soberano y poderoso. Yo diría que Elizabeth Woodville, denominada la Reina Blanca por representar la rosa de York, es la primera cougar famosa de la historia….Edward tiene 22 años, guapo, viril y noble acaba de ser coronado rey; ella tiene 27 años, no es noble, no tiene en que caerse muerta, es viuda de un hombre que murió por estar en contra del rey y tiene dos hijos de 9 y 6 años.

El elemento fantástico de la novela es más fuerte que en otras de las sagas históricas de Philippa. Elizabeth es descendiente de Melusina, espíritu medieval de las aguas y ríos, mujer fae salvaje mitad humana con cola de serpiente que al escoger un amante le da éxito, riquezas, poder y fama con la promesa de no revelar nunca su verdadera naturaleza.Melusina se convierte en un personaje tan o más importante que los personajes históricos de la novela. La fuerza y convicción con que vive y toma decisiones Elizabeth Woodville, brota de Melusina y la creencia de que es su descendiente directa. La Reina Blanca está rodeada de magia y misterio: se dice que echa maldiciones terribles, manipula las aguas para que no puedan desembarcar ni zarpar naves, controla al rey por el embrujo de un filtro de amor, hechiza a sus enemigos, etc.


La idea de que una mujer fuerte y decidida tiene que ser hechicera es el cuento de nunca acabar. Desde Eva, Helena de Troya, La Malinche y la Princesa Diana de Gales, nos están echando la culpa de todas las desgracias a las mujeres inteligentes, fuertes y decididas. Este mito de la mujer serpiente no es otra cosa que la deificación de la mujer fuerte, la diosa madre, creadora de la vida. Antes del cristianismo casi todas las religiones eran maternalistas o tenían una pareja reinante que eran dios y diosa igualmente poderosos como polos opuestos: el yin y el yan, la noche el día, el sol y la luna. El aspecto femenino era tan o más poderoso que el aspecto masculino. Recordemos que la mujer da la vida pero también tiene el poder de acabarla. El cristianismo terminó con esa dualidad y convirtió la religión en totalmente paternalista dónde sólo el masculino reinaba y la mujer fue delegada a segundo plano. María es la madre dolorosa que con sus lágrimas intercede con Dios por la salvación de los pecadores. Este es un eco muy distante de lo que fue en un principio el arquetipo de la diosa MADRE de la creación: REA, Isis, Astarté, Kali, Coahuitl, Pacha Mama, Atabey, Yemayá, etc.

Para mi lo más logrado de este libro es como Philippa destaca una historia de amor puro y verdadero en medio de sangrientas y terribles batallas. Philippa dedica tanto o más tiempo a describir los campos de batallas que a las escenas románticas o domésticas de amor conyugal. Las vidas de los tres hermanos de York ( el rey Edward IV, George Duque de Clarence, y Ricardo III Duque de Gloucester que luego será rey) transcurren en campañas militares para defender el poderio, encerrando familiares en la torre, eliminando enemigos por más leve que fuera su amenaza, castigando a los rebeldes, hundidos en el lodo y la lluvia. Preservar el aire de leyenda que rodea a Elizabeth Woodville es clave en la novela, ya que ella pasará a la historia por ser la madre de los dos niños principes que Ricardo III encierra en la Torre de Londres desde la infancia. Elizabeth es parte de la leyenda negra de Ricardo III pues esos sobrinos que su hermano Edward en lecho de muerte le confió para que cuidara y educara, desaparecen y sus cuerpos nunca se han encontrado.

Una historia llena de intrigas, traiciones y venganzas ( como me gustan) que nos transportan a otra época. Continua con dos libros mas, que son La Reina Roja y La Hija del Hacedor de Reyes que nos hablan de Margaret Beaufort y Anne Neville respectivamente.



Actualmente ya cuenta con una adaptación de la BBC, que les recomiendo muchisimo,

 Y espero se animen a leer los libros, ;D




domingo, 16 de febrero de 2014

Mitos y Leyendas:



Sisifo

Fue uno de los personajes más astutos de la mitología griega, existiendo un nutrido grupo de leyendas que hablan sobre él. Sísifo era hijo de Eolo y Enáreta. Reinaba en la ciudad de Corinto, que había sido fundada por él, aunque con el nombre de Éfira. Rodeó toda la ciudad con grandes murallas para obligar a los viajeros a pagarle abundantes tributos cuando pasaban por allí. Su gran inteligencia le sirvió para obtener múltiples beneficios en todos los aspectos de la vida, pero la falta de ética de algunos de sus actos, le valió, en determinados momentos y circunstancias, la consideración de ladrón o malechor.
Sísifo tenía un vecino envidioso que, una vez robó sus rebaños llamado Autólico. Sísifo nada pudo hacer en ese momento para recuperar sus reses, pero, cuando tiempo después, volvió a sufrir la desaparición de parte de su ganado acudió a Autólico acusándole de ladrón y demostrando la fechoría cometida porque entre los rebaños de Autólico se veían muchas ovejas con la leyenda "me ha robado Autólico" grabada en las pezuñas. Admirado Autólico de la listeza de Sísifo le entregó la mano de su hija Anticlea con el objetivo de tener descendencia tan astuta como él. Para ello, tuvo que detener la boda que al día siguiente se celebraría entre Anticlea y Laertes, el que, hasta el momento, había sido su pretendiente. Como consecuencia de esta unión, que algunos autores consideran llevada a cabo sin boda de por medio, nació el magnánimo héroe Odiseo. No obstante, Sísifo también se casó con Mérope y tuvo cuatro hijos con ella: Glauco, Órnito, Tersandro y Halmo.
La muerte de Sísifo sobrevino a causa de un castigo divino, si bien, existen contradicciones sobre el detonante del mismo habiendo dos versiones diferentes. La primera de ellas indica que Sísifo, que se llevaba muy mal con su hermano Salmoneo, quiso matarlo y, para ello, consultó la forma más adecuada a Apolo, a través del oráculo de Delfos. El oráculo le dijo que lo que tendría que hacer era unirse carnalmente con Tiro, su sobrina, y darle muchos hijos. Tal mala intención, o, quizás, tal incesto, habrían provocado su muerte. La segunda tesis desarrollada, resulta de la siguiente forma: Zeus raptó una vez, como tantas otras, a la bella Egina, para poseerla. Buscándola, su padre, Asopo, pasó por Corinto donde intentó que Sísifo le ayudara a encontrarla o al menos, le indicase alguna pista para localizarla. Ante esto, Sísifo, que había visto a Zeus escapar con Egina, indicó a Asopo que le diría el nombre del raptor de su hija a cambio de que hiciese nacer una fuente en los reinos de Sísifo, y así fue (Asopo pudo hacer brotar el agua porque era un dios - río). Enojadísimo Zeus por tal acción condenó a Sísifo a la muerte, enviándole a Tánato. Sin embargo, el valiente y audaz Sísifo consiguió encadenarlo, logrando así, no sólo librarse de su propia defunción, sino evitando que, durante mucho tiempo, ningún hombre muriese. De nuevo tuvo que actuar Zeus para liberar a Tánato, recibiendo, por fin, Sísifo la sentencia de muerte.
A pesar de todo, y este hecho es ya común a las dos versiones narradas en el párrafo anterior, Sísifo aleccionó a su mujer para que cuando muriese no llevase a cabo los cortejos fúnebres. Su esposa así lo hizo y cuando Sísifo llegó al infierno se quejó a Hades de lo que había hecho su familia y le pidió que le concediera volver a la tierra para aleccionar a sus allegados sobre las exequias que debían llevar a cabo. Hades le concedió tal deseo a condición de que volviese pronto. Sin embargo, Sísifo, por otra parte divertidísimo ante la inocencia divina, se jactó en el mundo real de lo ocurrido, y, por supuesto, no volvió en mucho tiempo. Finalmente, Hermes, o, tal vez, Teseo, le devolvieron al inframundo donde se le condenó a un castigo cruel: debía subir un enorme peñasco a una alta cima del inframundo, y, cuando casi estaba a punto de lograrlo, volvía a caérsele y tenía que subirla de nuevo. Tal tarea sólo se detuvo durante el intento de Orfeo de recobrar el alma de Eurídice pero después continuó durante toda la eternidad.

sábado, 15 de febrero de 2014

Por qué el pequeño francés lleva la mano en un cabestrillo



Claro que sí! Está en mi tarjeta de visita (y en papel satinado color rosa); cualquiera que desee puede leer en ellas las interesantes palabras: «Sir Patrick O’Grandison, Baronet, 39, Southampton Row, Rusell Square, Parroquia de Bloomsbury». Y si quisiera usted descubrir quién es el rey de la buena educación y el que da el último grito del buen tono en la ciudad de Londres... pues aquí lo tiene. No vaya a asombrarse (y mejor será que deje de pellizcarse la nariz), pues por cada pulgada de las seis vigilias afirmo que soy un caballero, y desde que salí de los pantanos irlandeses para convertirme en baronet, vuestro Patrick ha estado viviendo como un emperador, educándose y refinándose. ¡Caracoles, para sus ojos sería una bendición si se posaran un momento sobre Sir Patrick O’Grandison, Baronet, cuando se viste para ir a la ópera o va a subir a su coche para dar una vuelta por Hyde Park!
A causa de mi elegante figura, todas las damas se enamoran de mí. ¿Va a negarme alguien
que mido seis pies y tres pulgadas, con los calcetines puestos, y que soy perfectamente bien
proporcionado? En cambio, el extranjero, el pequeño francés que vive frente a mi casa, mide apenas tres pies y un poquitín más. ¡Sí, el mismo que se pasa el día comiéndose con los ojos (¡para su mala suerte!) a la preciosa viuda Mistress Tracle, vecina mía (¡Dios la bendiga!) y excelente amiga y conocida! Habrá usted observado que el pequeño gusano anda un tanto alicaído y que lleva la mano izquierda en cabestrillo; bueno, precisamente me disponía a contarle por qué.

La verdad es muy sencilla, sí, señor; el mismísimo día en que llegué a Connaught y salí a ventilar mi apuesta figura a la calle, apenas me vio la viuda, que estaba asomada a la ventana, ¡zas, su corazón quedó instantáneamente prendado! Me di cuenta en seguida,
como se imaginará, y juro ante Dios que es la santa verdad. Primero de todo vi que abría la
ventana en un santiamén y que sacaba por ella unos ojazos abiertos de par en par, y después asomó un catalejo que la lindísima viuda se aplicó a un ojo, y que el diablo me cocine si ese ojo no habló tan claro como puede hacerlo un ojo de mujer, y me dijo: «¡Buenos días tenga usted, Sir Patrick O’Grandison, Baronet, encanto! ¡Vaya apuesto caballero! Sepa usted que mis garridos cuarenta años están desde ahora a sus órdenes, hermoso mío, siempre que le parezca bien.» Pero no era a mí a quien iban a ganar en gentileza y buenos modales, de manera que le hice una reverencia que le hubiera partido a usted el corazón de contemplarla, me quité el sombrero con un gran saludo y le guiñé dos veces los ojos, como
para decirle: «Bien ha dicho usted, hermosa criatura, Mrs. Tracle, encanto mío, y que me ahogue ahora mismo en un pantano si Sir Patrick O’Grandison, Baronet, no descarga una
tonelada de amor a los pies de su alteza en menos tiempo del que toma cantar una tonada de
Londonderry». A la mañana siguiente, cuando estaba pensando si no sería de buena educación mandar una cartita amorosa a la viuda, apareció mi criado con una elegante tarjeta y me dijo que el nombre escrito en ella (porque yo nunca he podido leer nada impreso a causa de ser zurdo) era el de un Mosiú, el conde Augusto Luquesi, maître de danse (si es que todo esto quiere decir algo), y que el dueño de esa endiablada jerigonza era el pequeño francés que vive enfrente de casa.

En seguida apareció el pequeño demonio en persona, me hizo un complicado saludo, diciendo que se había tomado la libertad de honrarme con su visita, y siguió charlando y charlando largo rato, y maldito si le comprendía una sola palabra, salvo cuando repetía, y me soltaba una carretada de mentiras, entre las cuales (¡mala suerte para él!) que estaba loco de amor por mi viuda Mrs. Tracle y que mi viuda Mrs. Tracle estaba enamoradísima de él.
Cuando escuché esto, ya puede suponerse usted que me puse más rabioso que un leopardo, pero me acordé que era Sir Patrick O’Grandison, Baronet, y que no estaba bien que la cólera pudiera más que la buena educación, de manera que disimulé la rabia y me conduje con mucha gentileza, y al cabo de un rato, ¿qué piensa usted que el pequeño demonio me propone? Pues me propone visitar juntos a la viuda, agregando que tendría el placer de presentarme.
«¿Conque ésas tenemos?», me dije. «Patrick, hijo mío, eres el hombre más afortunado
de la tierra. Muy pronto veremos si Mistress Tracle está enamorada de este Mosiú Metré
Dedans o de mi apuesta persona.»
Así fue como llegamos en un santiamén a casa de la viuda, y bien puede creerme si le digo que era una casa muy elegante. Había una alfombra en el piso, y en un rincón un piano
y un arpa, y el diablo sabe cuántas cosas más, y en otro rincón había un sofá que era la cosa
más bonita de toda la naturaleza, y sentada en el sofá estaba nada menos que ese preciosísimo ángel, Mistress Tracle.

—¡Buenos días tenga usted, Mrs. Tracle! —le dije, a tiempo le hacía una reverencia tan
elegante que usted se hubiera quedado con la lengua afuera.
—Woully woo, parley woo —dijo el pequeño forastero francés—. Mrs. Tracle — agregó—, este caballero es su reverencia Sir Patrick O’Grandison, Baronet, el mejor y más
íntimo amigo que tengo en el mundo. Entonces la viuda se levantó del sofá, nos hizo el saludo más bonito que se ha visto nunca y volvió a sentarse. ¿Querrá usted creerlo? En ese mismo momento el condenado Mosiú Metré Dedans se instaló tranquilamente en el sofá, a la derecha de la viuda. ¡Que el diablo se lo lleve! Por un momento creí que los ojos se me iban a salir de la cara, tan furibundo estaba. Pero pensé: «¿Conque ésas tenemos? ¿Conque así nos portamos, Mosiú Metré Dedans?» Y al mismo tiempo me instalé a la izquierda de su alteza, a fin de estar a la par con el miserable. ¡Condenación! Usted se hubiera sentido feliz de presenciar la doble guiñada que le hice a la viuda en plena cara, con un ojo después del otro.
El pequeño francés no sospechaba nada, y con todo atrevimiento se puso a cortejar a su
alteza. —Woully wou —le decía—. Parley wou —agregaba.
«Todo esto no te servirá de nada, Mosiú Rana, bonito mío», pensaba yo, y entonces me
puse a hablar en voz muy alta y continuamente, hasta atraer la atención de su alteza gracias
a la elegante conversación que mantenía con ella sobre mis queridos pantanos de Connaught. Y una que otra vez me dedicaba su preciosísima sonrisa, abriendo la boca de oreja a oreja, con lo cual yo me sentía más osado que un cerdo, y por fin le atrapé la punta del dedo meñique de la manera más delicada que se pueda imaginar en toda la naturaleza, al mismo tiempo que la miraba con los ojos en blanco. No tardé en percatarme de lo inteligente que era aquel hermoso ángel, pues apenas observó que quería estrecharle la mano la retiró en un santiamén y se la puso a la espalda, como si me dijera: «Ahí tienes, Sir Patrick O’Grandison, te ofrezco una oportunidad mejor, bonito mío, pues no es muy gentil que me tomes la mano y me la aprietes en presencia de este pequeño forastero francés, Mosiú Metré Dedans».
Entonces le guiñé a fondo el ojo, como para decirle: «No hay como Sir Patrick para esta clase de triquiñuelas», me puse en seguida a la tarea, y usted se hubiera muerto de risa de haber visto la forma tan astuta con que deslicé el brazo derecho entre el respaldo del sofá y la espalda de su alteza, hasta encontrar, como es natural, su preciosa manecita, que parecía esperarme y decirme: «Buenos días tenga usted, Sir Patrick O’Grandison, Baronet».
Y yo no hubiera sido quien soy si no le hubiera dado un apretón muy suave, el más gentil
del mundo, para no hacer daño a su alteza, ¿verdad? Pero entonces, ¡condenación!, ¿qué
diría usted al saber que a cambio de mi apretón recibí otro, el más delicado y gentil de
todos los apretones? «Sangre y truenos, Sir Patrick, querido mío —pensé para mis adentros—, ¡cómo se ve que eres el hijo de tu madre, y nadie más que él, y que nunca se vio hombre más elegante y afortunado desde que dejaste los pantanos y saliste de
Connaught!»

Y sin perder tiempo apreté con más fuerza la manita, y por mi alma que el apretón que
me dio a su vez su alteza era también mucho más fuerte. Pero en ese momento a usted se le hubieran roto una a una las costillas de reírse si hubiese visto cómo se comportaba Mosiú
Metré Dedans. Nunca se vio semejante parloteo, sonrisas estúpidas, parley wou y todo lo que dedicaba a su alteza. ¡Nunca se vio algo así en la tierra! Y que el diablo me queme si no lo vi con mis propios ojos cuando el condenado se permitía guiñarle uno de los suyos a mi ángel... ¡Condenación! ¡Si no me puse más furioso que un gato de Kilkenny, quisiera que me lo dijesen! —Permítame informarle, Mosiú Metré Dedans —le dije con la mayor educación—,
que no es nada gentil, aparte de que a usted no le queda nada bien estar mirando a su alteza
de manera tan descarada. Y al mismo tiempo apreté la mano de la viuda como para decirle: «¿No es verdad que Sir Patrick la protegerá a usted ahora, joya mía, encanto?» Y como respuesta recibí otro buen apretón de ella, con el cual quería decirme muy claramente: «Verdad es, Sir Patrick, encanto mío; es usted el más cumplido de los caballeros de este mundo». Y al mismo tiempo la vi abrir sus preciosísimos ojos de manera tal que creí que se le saldrían instantáneamente y por completo de la cara, mientras miraba furiosa como un gato a Mosiú Rana y después me miraba a mí sonriéndose como un ángel.

—¿Cómo? —dijo entonces el miserable—. ¡Cómo! Woully wou, parley wou. Y al mismo tiempo se encogió tanto de hombros que pensé que iba a quedarle el faldón de la camisa al aire haciendo simultáneamente una mueca despectiva con su condenada boca. Y ésa fue la única explicación que conseguí de él. Créame usted, el que se puso furibundo en aquel momento fue Sir Patrick, y mucho más al darme cuenta de que el francés insistía con sus guiñadas a la viuda, mientras la viuda seguía apretándome muy fuerte la mano, como si me dijera: «¡No se deje intimidar, Sir Patrick O’Grandison, bonito mío!». Por lo cual solté un terrible juramento, mientras decía:
—¡Maldita rana insignificante, condenado gusano impertinente!
¿Creerá usted lo que hizo entonces su alteza? Dio un salto en el sofá como si acabaran de morderla y corrió a la puerta, mientras yo la miraba muy asombrado y estupefacto y la seguía en su carrera con mis dos ojos. Se dará usted cuenta de que yo tenía mis razones
para saber que mi ángel no podía salir del salón aunque quisiera, puesto que tenía su mano
en la mía, y que el diablo me queme si pensaba soltarla. Por eso le dije:
—¿No está usted olvidando un poquitín que le pertenece, su alteza? ¡Vuelva usted,
encanto mío, que pueda yo devolverle su manita!
Pero ella salió corriendo escaleras abajo sin escucharme, y entonces miré al pequeño
forastero francés. ¡Condenación, que me cuelguen si su maldita mano, pequeña como era,
no estaba perfectamente instalada dentro de la mía! Y que vuelvan a colgarme si en ese momento no estuve a punto de morirme de risa al ver la cara del pobre diablo cuando se dio cuenta de que lo que había tenido todo el tiempo en la mano no era la de la viuda, sino la de Sir Patrick O’Grandison. ¡Ni el mismo demonio contempló nunca una cara tan larga como aquélla! En cuanto a Sir Patrick O’Grandison, Baronet, no es hombre de preocuparse por una equivocación tan insignificante. Baste con decir que antes de soltar la mano del condenado Mosiú (y esto sólo ocurrió después que el lacayo de la viuda nos hubo echado a puntapiés escaleras abajo) le di un apretón tan grande que se la dejé convertida en jalea de frambuesa.
—Woully wou —dijo él—. Parley wou—agregó—. ¡Maldición!
Y por eso es que ahora anda con la mano izquierda en cabestrillo.

miércoles, 12 de febrero de 2014


LA VERDAD SOBRE EL CASO DEL SEÑOR VALDEMAR

Escrito por: Edgar Allan Poe
Traducido por: Julio Cortázar



De ninguna manera me parece sorprendente que el extraordinario caso del señor
Valdemar haya provocado tantas discusiones. 
Hubiera sido un milagro que ocurriera lo contrario, especialmente en tales circunstancias. Aunque todos los participantes deseábamos mantener el asunto alejado del público —al menos por el momento, o hasta que se nos ofrecieran nuevas oportunidades de investigación—, a pesar de nuestros esfuerzos no tardó en difundirse una versión tan espuria como exagerada que se convirtió en fuente de muchas desagradables tergiversaciones y, como es natural, de profunda incredulidad.

El momento ha llegado de que yo dé a conocer los hechos —en la medida en que me es
posible comprenderlos—. Helos aquí sucintamente:

Durante los últimos años el estudio del hipnotismo había atraído repetidamente mi atención. Hace unos nueve meses, se me ocurrió súbitamente que en la serie de experimentos efectuados hasta ahora existía una omisión tan curiosa como inexplicable: jamás se había hipnotizado a nadie in articulo mortis. Quedaba por verse si, en primer lugar, un paciente en esas condiciones sería susceptible de influencia magnética; segundo, en caso de que lo fuera, si su estado aumentaría o disminuiría dicha susceptibilidad, y tercero, hasta qué punto, o por cuánto tiempo, el proceso hipnótico sería capaz de detener la intrusión de la muerte. Quedaban por aclarar otros puntos, pero éstos eran los que más excitaban mi curiosidad, sobre todo el último, dada la inmensa importancia que podían tener sus consecuencias.

Pensando si entre mis relaciones habría algún sujeto que me permitiera verificar esos puntos, me acordé de mi amigo Ernest Valdemar, renombrado compilador de la Bibliotheca Forensica y autor (bajo el nom de plume de Issachar Marx) de las versiones polacas de Wallenstein y Gargantúa. El señor Valdemar, residente desde 1839 en Harlem, Nueva York, es (o era) especialmente notable por su extraordinaria delgadez, tanto que sus extremidades inferiores se parecían mucho a las de John Randolph, y también por la blancura de sus patillas, en violento contraste con sus cabellos negros, lo cual llevaba a suponer con frecuencia que usaba peluca. Tenía un temperamento muy nervioso, que le convertía en buen sujeto para experiencias hipnóticas. Dos o tres veces le había adormecido sin gran trabajo, pero me decepcionó no alcanzar otros resultados que su especial constitución me había hecho prever. Su voluntad no quedaba nunca bajo mi entero dominio, y, por lo que respecta a la clarividencia, no se podía confiar en nada de lo que había conseguido con él. Atribuía yo aquellos fracasos al mal estado de salud de mi amigo.

Unos meses antes de trabar relación con él, los médicos le habían declarado tuberculoso. El señor Valdemar acostumbraba referirse con toda calma a su próximo fin, como algo que no
cabe ni evitar ni lamentar. Cuando las ideas a que he aludido se me ocurrieron por primera vez, lo más natural fue que acudiese a Valdemar. Demasiado bien conocía la serena filosofía de mi amigo para temer algún escrúpulo de su parte; por lo demás, no tenía parientes en América que pudieran intervenir para oponerse. Le hablé francamente del asunto y, para mi sorpresa, noté que se interesaba vivamente. Digo para mi sorpresa, pues si bien hasta entonces se había prestado libremente a mis experimentos, jamás demostró el menor interés por lo que yo hacía. Su enfermedad era de las que permiten un cálculo preciso sobre el momento en que sobrevendrá la muerte. Convinimos, pues, en que me mandaría llamar veinticuatro horas antes del momento fijado por sus médicos para su fallecimiento.

Hace más de siete meses que recibí la siguiente nota, de puño y letra de Valdemar: 

Estimado P...:
Ya puede usted venir. D... y F... coinciden en que no pasaré de mañana a medianoche, y me parece que han calculado el tiempo con mucha exactitud.
Valdemar

Recibí el billete media hora después de escrito, y quince minutos más tarde estaba en el dormitorio del moribundo. No le había visto en los últimos diez días y me aterró la espantosa alteración que se había producido en tan breve intervalo. Su rostro tenía un color plomizo, no había el menor brillo en los ojos y, tan terrible era su delgadez, que la piel se
había abierto en los pómulos. Expectoraba continuamente y el pulso era casi imperceptible. Conservaba no obstante una notable claridad mental, y cierta fuerza. Me habló con toda claridad, tomó algunos calmantes sin ayuda ajena y, en el momento de entrar en su habitación, le encontré escribiendo unas notas en una libreta. Se mantenía sentado en el lecho con ayuda de varias almohadas, y estaban a su lado los doctores D... y E. Luego de estrechar la mano de Valdemar, llevé aparte a los médicos y les pedí que me explicaran detalladamente el estado del enfermo. Desde hacía dieciocho meses, el pulmón izquierdo se hallaba en un estado semióseo o cartilaginoso, y, como es natural, no funcionaba en absoluto. En su porción superior el pulmón derecho aparecía parcialmente osificado, mientras la inferior era tan sólo una masa de tubérculos purulentos que se confundían unos con otros. Existían varias dilatadas perforaciones y en un punto se había producido una adherencia permanente a las costillas. Todos estos fenómenos del lóbulo derecho eran de fecha reciente; la osificación se había operado con insólita rapidez, ya que un mes antes no existían señales de la misma y la adherencia sólo había sido comprobable en los últimos tres días. Aparte de la tuberculosis los médicos sospechaban un aneurisma de la aorta, pero los síntomas de osificación volvían sumamente difícil un diagnóstico. Ambos facultativos opinaban que Valdemar moriría hacia la medianoche del día siguiente (un domingo). Eran ahora las siete de la tarde del sábado. Al abandonar la cabecera del moribundo para conversar conmigo, los doctores D... y F... se habían despedido definitivamente de él. No era su intención volver a verle, pero, a mi pedido, convinieron en examinar al paciente a las diez de la noche del día siguiente.

Una vez que se fueron, hablé francamente con Valdemar sobre su próximo fin, y me referí en detalle al experimento que le había propuesto. Nuevamente se mostró dispuesto, e incluso ansioso por llevarlo a cabo, y me pidió que comenzara de inmediato. Dos enfermeros, un hombre y una mujer, atendían al paciente, pero no me sentí autorizado a llevar a cabo una intervención de tal naturaleza frente a testigos de tan poca responsabilidad en caso de algún accidente repentino. Aplacé, por tanto, el experimento hasta las ocho de la noche del día siguiente, cuando la llegada de un estudiante de medicina de mi conocimiento (el señor Theodore L...l) me libró de toda preocupación. Mi intención inicial había sido la de esperar a los médicos, pero me vi obligado a proceder, primeramente por los urgentes pedidos de Valdemar y luego por mi propia convicción de que no había un minuto que perder, ya que con toda evidencia el fin se acercaba rápidamente. El señor L...l tuvo la amabilidad de acceder a mi pedido, así como de tomar nota de todo lo que ocurriera. Lo que voy a relatar ahora procede de sus apuntes, ya sea en forma condensada o verbatim.

Faltaban cinco minutos para las ocho cuando, después de tomar la mano de Valdemar, le pedí que manifestara con toda la claridad posible, en presencia de L...l, que estaba dispuesto a que yo le hipnotizara en el estado en que se encontraba. Débil, pero distintamente, el enfermo respondió: «Sí, quiero ser hipnotizado», agregando de inmediato: «Me temo que sea demasiado tarde.» Mientras así decía, empecé a efectuar los pases que en las ocasiones anteriores habían sido más efectivos con él. Sentía indudablemente la influencia del primer movimiento lateral de mi mano por su frente, pero, aunque empleé todos mis poderes, me fue imposible lograr otros efectos hasta algunos minutos después de las diez, cuando llegaron los doctores D... y F..., tal como lo habían prometido. En pocas palabras les expliqué cuál era mi intención, y, como no opusieron inconveniente, considerando que el enfermo se hallaba ya en agonía, continué sin vacilar, cambiando, sin embargo, los pases laterales por otros verticales y concentrando mi mirada en el ojo derecho del sujeto. A esta altura su pulso era imperceptible y respiraba entre estertores, a intervalos de medio minuto.

Esta situación se mantuvo sin variantes durante un cuarto de hora. Al expirar este período, sin embargo, un suspiro perfectamente natural, aunque muy profundo, escapó del pecho del moribundo, mientras cesaba la respiración estertorosa o, mejor dicho, dejaban de percibirse los estertores; en cuanto a los intervalos de la respiración, siguieron siendo los mismos. Las extremidades del paciente estaban heladas. A las once menos cinco, advertí inequívocas señales de influencia hipnótica. La vidriosa mirada de los ojos fue reemplazada por esa expresión de intranquilo examen interior que jamás se ve sino en casos de hipnotismo, y sobre la cual no cabe engañarse. Mediante unos rápidos pases laterales hice palpitar los párpados, como al acercarse el sueño, y con unos pocos más los cerré por completo. No bastaba esto para satisfacerme, sin embargo, sino que continué vigorosamente mis manipulaciones, poniendo en ellas toda mivoluntad, hasta que hube logrado la completa rigidez de los miembros del durmiente, a quien previamente había colocado en la posición que me pareció más cómoda. Las piernas estaban completamente estiradas; los brazos reposaban en el lecho, a corta distancia de los flancos. La cabeza había sido ligeramente levantada. Al dar esto por terminado era ya medianoche y pedí a los presentes que examinaran el estado de Valdemar. Luego de unas pocas verificaciones, admitieron que se encontraba en un estado insólitamente perfecto de trance hipnótico. La curiosidad de ambos médicos se había despertado en sumo grado. El doctor D... decidió pasar toda la noche a la cabecera del paciente, mientras el doctor F... se marchaba, con promesa de volver por la mañana temprano. L...l y los enfermeros se quedaron.

Dejamos a Valdemar en completa tranquilidad hasta las tres de la madrugada, hora en que me acerqué y vi que seguía en el mismo estado que al marcharse el doctor F...; vale decir, yacía en la misma posición y su pulso era imperceptible. Respiraba sin esfuerzo, aunque casi no se advertía su aliento, salvo que se aplicara un espejo a los labios. Los ojos estaban cerrados con naturalidad y las piernas tan rígidas y frías como si fueran de mármol. No obstante ello, la apariencia general distaba mucho de la de la muerte. Al acercarme intenté un ligero esfuerzo para influir sobre el brazo derecho, a fin de que siguiera los movimientos del mío, que movía suavemente sobre su cuerpo. En esta clase de experimento jamás había logrado buen resultado con Valdemar, pero ahora, para mi estupefacción, vi que su brazo, débil pero seguro, seguía todas las direcciones que le señalaba el mío. Me decidí entonces a intentar un breve diálogo.

—Valdemar..., ¿duerme usted? —pregunté.
No me contestó, pero noté que le temblaban los labios, por lo cual repetí varias veces la pregunta. A la tercera vez, todo su cuerpo se agitó con un ligero temblor; los párpados se levantaron lo bastante para mostrar una línea del blanco del ojo; moviéronse lentamente los labios, mientras en un susurro apenas audible brotaban de ellos estas palabras:
—Sí... ahora duermo. ¡No me despierte! ¡Déjeme morir así!
Palpé los miembros, encontrándolos tan rígidos como antes. Volví a interrogar al
hipnotizado:
—¿Sigue sintiendo dolor en el pecho, Valdemar?
La respuesta tardó un momento y fue aún menos audible que la anterior:
—No sufro... Me estoy muriendo.
No me pareció aconsejable molestarle más por el momento, y no volví a hablarle hasta la llegada del doctor F..., que arribó poco antes de la salida del sol y se quedó absolutamente estupefacto al encontrar que el paciente se hallaba todavía vivo. Luego de tomarle el pulso y acercar un espejo a sus labios, me pidió que le hablara otra vez, a lo cual accedí.
—Valdemar —dije—. ¿Sigue usted durmiendo?
Como la primera vez, pasaron unos minutos antes de lograr respuesta, y durante el intervalo el moribundo dio la impresión de estar juntando fuerzas para hablar. A la cuarta repetición de la pregunta, y con voz que la debilidad volvía casi inaudible, murmuró:
—Sí... Dormido... Muriéndome.

La opinión o, mejor, el deseo de los médicos era que no se arrancase a Valdemar de su actual estado de aparente tranquilidad hasta que la muerte sobreviniera, cosa que, según consenso general, sólo podía tardar algunos minutos. Decidí, sin embargo, hablarle una vez más, limitándome a repetir mi pregunta anterior.

Mientras lo hacía, un notable cambio se produjo en las facciones del hipnotizado. Los ojos se abrieron lentamente, aunque las pupilas habían girado hacia arriba; la piel adquirió una tonalidad cadavérica, más semejante al papel blanco que al pergamino, y los círculos hécticos, que hasta ese momento se destacaban fuertemente en el centro de cada mejilla, se apagaron bruscamente. Empleo estas palabras porque lo instantáneo de su desaparición trajo a mi memoria la imagen de una bujía que se apaga de un soplo. Al mismo tiempo el labio superior se replegó, dejando al descubierto los dientes que antes cubría completamente, mientras la mandíbula inferior caía con un sacudimiento que todos oímos, dejando la boca abierta de par en par y revelando una lengua hinchada y ennegrecida. Supongo que todos los presentes estaban acostumbrados a los horrores de un lecho de muerte, pero la apariencia de Valdemar era tan espantosa en aquel instante, que se produjo un movimiento general de retroceso.

Comprendo que he llegado ahora a un punto de mi relato en el que el lector se sentirá movido a una absoluta incredulidad. Me veo, sin embargo, obligado a continuarlo. El más imperceptible signo de vitalidad había cesado en Valdemar; seguros de que estaba muerto lo confiábamos ya a los enfermeros, cuando nos fue dado observar un fuerte movimiento vibratorio de la lengua. La vibración se mantuvo aproximadamente durante un minuto. Al cesar, de aquellas abiertas e inmóviles mandíbulas brotó una voz que sería insensato pretender describir. Es verdad que existen dos o tres epítetos que cabría aplicarle parcialmente: puedo decir, por ejemplo, que su sonido era áspero y quebrado, así como hueco. Pero el todo es indescriptible, por la sencilla razón de que jamás un oído humano ha percibido resonancias semejantes. Dos características, sin embargo —según lo pensé en el momento y lo sigo pensando—, pueden ser señaladas como propias de aquel sonido y dar alguna idea de su calidad extraterrena. En primer término, la voz parecía llegar a nuestros oídos (por lo menos a los míos) desde larga distancia, o desde una caverna en la profundidad de la tierra. Segundo, me produjo la misma sensación (temo que me resultará
imposible hacerme entender) que las materias gelatinosas y viscosas producen en el sentido del tacto. 

He hablado al mismo tiempo de «sonido» y de «voz». Quiero decir que el sonido consistía en un silabeo clarísimo, de una claridad incluso asombrosa y aterradora. El señor Valdemar hablaba, y era evidente que estaba contestando a la interrogación formulada por mí unos minutos antes. Como se recordará, le había preguntado si seguía durmiendo. Y ahora escuché:
—Sí... No... Estuve durmiendo... y ahora... ahora... estoy muerto.
Ninguno de los presentes pretendió siquiera negar ni reprimir el inexpresable, estremecedor espanto que aquellas pocas palabras, así pronunciadas, tenían que producir. L...l, el estudiante, cayó desvanecido. Los enfermeros escaparon del aposento y fue imposible convencerlos de que volvieran. Por mi parte, no trataré de comunicar mis propias impresiones al lector. Durante una hora, silenciosos, sin pronunciar una palabra, nos
esforzamos por reanimar a L...l. Cuando volvió en sí, pudimos dedicarnos a examinar el estado de Valdemar. Seguía, en todo sentido, como lo he descrito antes, salvo que el espejo no proporcionaba ya pruebas de su respiración. Fue inútil que tratáramos de sangrarlo en el
brazo. Debo agregar que éste no obedecía ya a mi voluntad. En vano me esforcé por hacerle
seguir la dirección de mi mano. La única señal de la influencia hipnótica la constituía ahora el movimiento vibratorio de la lengua cada vez que volvía a hacer una pregunta a Valdemar. Se diría que trataba de contestar, pero que carecía ya de voluntad suficiente. Permanecía insensible a toda pregunta que le formulara cualquiera que no fuese yo, aunque me esforcé por poner a cada uno de los presentes en relación hipnótica con el paciente. Creo que con esto he señalado todo lo necesario para que se comprenda cuál era la condición del hipnotizado en ese momento. Se llamó a nuevos enfermeros, y a las diez de la mañana abandoné la morada en compañía de ambos médicos y de L...l.

Volvimos por la tarde a ver al paciente. Su estado seguía siendo el mismo. Discutimos un rato sobre la conveniencia y posibilidad de despertarlo, pero poco nos costó llegar a la conclusión de que nada bueno se conseguiría con eso. Resultaba evidente que hasta ahora, la muerte (o eso que de costumbre se denomina muerte) había sido detenida por el proceso hipnótico. Parecía claro que, si despertábamos a Valdemar, lo único que lograríamos seria su inmediato o, por lo menos, su rápido fallecimiento.

Desde este momento hasta fines de la semana pasada —vale decir, casi siete meses— continuamos acudiendo diariamente a casa de Valdemar, acompañados una y otra vez por
médicos y otros amigos. Durante todo este tiempo el hipnotizado se mantuvo exactamente como lo he descrito. Los enfermeros le atendían continuamente.

Por fin, el viernes pasado resolvimos hacer el experimento de despertarlo, o tratar de despertarlo: probablemente el lamentable resultado del mismo es el que ha dado lugar a
tanta discusión en los círculos privados y a una opinión pública que no puedo dejar de considerar como injustificada. A efectos de librar del trance hipnótico al paciente, acudí a los pases habituales. De entrada resultaron infructuosos. La primera indicación de un retorno a la vida lo proporcionó el descenso parcial del iris. Como detalle notable se observó que este descenso de la pupila iba acompañado de un abundante flujo de icor amarillento, procedente de debajo de los párpados, que despedía un olor penetrante y fétido. Alguien me sugirió que
tratara de influir sobre el brazo del paciente, como al comienzo. Lo intenté, sin resultado. Entonces el doctor F... expresó su deseo de que interrogara al paciente. Así lo hice, con las siguientes palabras:

—Señor Valdemar... ¿puede explicarnos lo que siente y lo que desea?
Instantáneamente reaparecieron los círculos hécticos en las mejillas; la lengua tembló, o, mejor dicho, rodó violentamente en la boca (aunque las mandíbulas y los labios siguieron rígidos como antes), y entonces resonó aquella horrenda voz que he tratado ya de describir:
—¡Por amor de Dios... pronto... pronto... hágame dormir... o despiérteme... pronto...
despiérteme! ¡Le digo que estoy muerto!

Perdí por completo la serenidad y, durante un momento, me quedé sin saber qué hacer. Por fin, intenté calmar otra vez al paciente, pero al fracasar, debido a la total suspensión de la voluntad, cambié el procedimiento y luché con todas mis fuerzas para despertarlo. Pronto me di cuenta de que lo lograría, o, por lo menos, así me lo imaginé; y estoy seguro de que todos los asistentes se hallaban preparados para ver despertar al paciente. Pero lo que realmente ocurrió fue algo para lo cual ningún ser humano podía estar preparado.

Mientras ejecutaba rápidamente los pases hipnóticos, entre los clamores de: «¡Muerto ¡Muerto!», que literalmente explotaban desde la lengua y no desde los labios del sufriente, bruscamente todo su cuerpo, en el espacio de un minuto, o aún menos, se encogió, se deshizo... se pudrió entre mis manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, no quedó más que una masa casi líquida de repugnante, de abominable putrefacción.

Para Pablo, que no conocia a Poe.